...Como si nada... pero no de la nada...

...esto es lo que resulta entre días de ocio y noches de insomnio... un verdadero caldo de los dioses....

martes, junio 26, 2007

y qué se puede hacer

noche....hacia tiempo que no sentia esto, no tener sueño, creer que la vida se puede vivir despierto, despierto, ¿despierto?
en fin, sueña algo que suena en los parlantes, bonita, mientras me quedo montando olas, humo y fuego, como un jinete perdido.

domingo, marzo 18, 2007

aps!!

cuenta la leyenda, de un extraño hongo perdido....pero no vine en busca de eso....vine en busca de un destino que no era tal, vine en busca de nada, porque nada hay en ninguna parte... los días pasan y los ojos se resienten de la luminosidad de esta ciudad, ¡cuándo habrá de llover?... que el tiempo diga, mientras consumo papeles a 451 F, mientras anoto garabatos con un bic, mientras imagino que mañana llega el salvador a consumir a los pecadores, porque nadie se ha de salvar, nadie ha sobrevivir su llegada, nadie pordrá decir "justo fui y como justo me salvé"... el camino entre mi habitación y la puerta de salida es bastante corto, me he dado cuenta revisandolo minuciosamente todos los días. Existen, en este camino, dos casas de arañas, un sendero de hormigas y una rendija desde la cual pasean por las noches enormes cucarachas, las cuales hacen temblar toda la casa. Aún no las he visto, pero no dudo que esten allí, escondidas tras la muralla... las siento caminar en la noche, siento como mueven mi cama, como tratan de arrebatarme los libros que guardo bajo la almohada...
La última noche que pase durmiendo fue un sinfin de dimes y diretes entre ambos, no se porque, siempre me digo que mañana me devuelvo a los brazos de la mujer que me espera, pero siempre hago lo contrario. Mañana me vuelvo a sus brazos, y aparece Calamaro que me dice que me vaya a la mierda, y que se vaya ella también y todos los que nos rodean... después entra Sabina que me dice que es mejor no pensar en domingos por la tarde ni menos en cortarme la coleta, que no sea imbécil, que al final si me muero da lo mismo, porque nadie se matará por mí. A estas alturas, al único que le creo algo de lo que me dice al oído es a Miller, pero igual me tiene bastante aburrido con su país de la jodienda y demases. Casi no pienso en otra cosa que en acabar de una vez por todas con la agonía de querer escribir y no poder, ni siquiera una puñetera carta, todo lo que sale de las manos son garabatos y garabatos y garabatos.... ojalá mañana encuentre alguna respuesta....ojalá

jueves, marzo 08, 2007

carámbanos

bueno...pasa el tiempo, pasa el tiempo....ahora, desde el sur, retomando una senda dejada de lado hace un tiempo, pero solo como medio de informacion velada para quienes aun piensan que este blog existe....hoy lo vi desocupado, y me propuse limpiar un poco el polvo y las telarañas acumuladas...varios meses...en fin...
ayer vivi mi primera lluvia en estos cuatro dias en el sur....fue magnifica...magnifica, con relampagos y toda la parafernalia....por aca, osorno, las nubes corren como pequeños cabritos en las praderas (todas las weas tienen forma de ovejas y cabritos y cosas asi...)... me hubiese encantado verla acompañado por ella (por tí, bonita, a ti me refiero)...bueno...eso es todo por hoy....la proxima semana, valdivia si o si....

martes, octubre 03, 2006

Epílogo




Mucha insensatez es parte de un ciclo de vida que siempre vuelve, por lo menos para nuestro narrador. Él nunca lo quiso así. Él esperaba, ansiaba lograr cumplir, quería de verdad no cruzar la frontera. No es una constante, simplemente hay configuraciones mentales que tienden al desequilibrio. A veces no es necesaria la presencia de grandes traumas o situaciones dolorosas, sino solo una palabra. Una palabra tan simple como “noche”, o tan rebuscada como “infundibuliforme”, quizás una cadena de palabras como “puedo escribir los versos más tristes esta noche” o “de profundis clamavi”, o sencillamente “spleen”. La influencia de factores externos nunca es tranquilamente absolutamente parcialmente descartable. Sobre todo, para nuestro personaje, la presencia inequívoca dentro de su vida de la música y de la literatura. En la edad media prohibieron tocar con la estructura de “diabolus in musica”, por considerar que la música a base de quintas producía daños serios a las personas que la escuchaban. Era la manifestación patente del demonio, Satán, Lucifer, Belcebú; también prohibieron mucha literatura, demasiada literatura. Y no es de extrañar que haya sucedido de esa manera, las letras tienen el poder de perturbar mentes, de desarticular la realidad percibida por los individuos, de trastocar hasta el lugar más recóndito del ser. Pero no fue poesía lo que afecto a nuestro lector. No fue culpa de Baco ni de Apolo. Sino de dos autores bastante más conocidos: Cervantes y Borges. Nuestro narrador nunca leyó algo de ellos. Nuestro personaje tampoco. Pero no es coincidencia que para un joven interno en un hospital psiquiátrico, ambos autores fueran desconocidos. No es coincidencia que justo antes de ser llevado por los guardias, quemara “El quijote” y las “ficciones”. Mucha insensatez es demasiada cordura. Estar parado en lo más frágil de la locura y no caer hacia ningún lado se vuelve una tarea colosal. Incluso un castigo. Como el de Prometeo, que cada noche recibía sin reparos al águila que le devoraría el hígado. Como el de Sísifo, condenado a empujar una enorme piedra cuesta arriba por una ladera empinada, pero dicha piedra siempre caía de vuelta antes de llegar a la cima. O como el mío y el tuyo y el nuestro. Para nuestro redactor, para nuestro investigador, fue solo una palabra lo que marcó la diferencia, o mejor dicho, lo que cortó la última hebra de hilo, el hilo que lo ataba a la realidad, el hilo que alguna vez era un manto tranquilo sobre una cabeza, un pañuelo cubriendo la cabellera ondulada de alguna muchacha. O de una mortaja a medio coser, a medio envolver sobre un cuerpo frío. Mucha insensatez no es un problema para algunos de ellos, de aquellos que simplemente no ven más allá de una pantalla. Algunos como nuestro lector de mañana, o de anteayer. Nuestro personaje sabía que antes, mucho antes de darse cuenta, habría cortado la hebra, habría perdido la conexión con una realidad a medias, una realidad de sonidos e imágenes. Una realidad porno. Una realidad publicitaria. Eso pudo pasar mañana, o talvez sucedería en un ayer inescrutable, indescriptible, inmutable. Nuestro narrador no posee la lucidez necesaria para ordenar lo que nunca jamás sucedió, no posee la claridad necesaria para no golpear las teclas como un autómata. Mucha literatura. Mucha música no música. Para nuestro lector, la mezcla perfecta se daba con cafeína, nicotina y tetrahydrocannabinol, especialmente de noche, cuando le parecía tener veinte ojos dándole vueltas por la cabeza, mirando hacia todas partes a una sola vez. Para nuestro censurador, eso semejaba a mirar el universo de una sola vez. Y eso no estará permitido ni para los personajes ni para los narradores. Quizás solo para los lectores.

miércoles, septiembre 13, 2006

sin titulo III

Tiro la piedra y río y río jajaja porque se rompe el vidrio y los pedazos saltan para todos lados y tu gritas y me dices que pare porque no te gusta que haga esas cosas y yo río y tomo otra piedra y la arrojo contra otro vidrio jajaja y me siento a fumar y tu me gritas que me pare y que corra porque viene alguien y yo te digo que me importa una mierda si viene alguien y tomo otra piedra jajaja y tu te me lanzas encima y te empujo y me pegas y me río y lanzo la piedra jajaja y caen más vidrios y lloras y me enojo y me pegas jajaja y tomo una gran piedra y jajaja y la lanzo y te parte la cara jajaja y te grito que me importa una mierda si viene alguien jajaja y me siento y fumo y río y río y río y río y río

jueves, septiembre 07, 2006

(sin título 2)

La puerta se tornó de azúcar. Caminó despacio entre abril y septiembre, para darse cuenta que entre la silla y la almohada había diez siglos de distancia. No lloró. Encendió un pitillo para contemplar con más calma el macetero roto sobre la cornisa. Se suspendió sobre los diez siglos y apoyó sus pies en la almohada. Dejó caer abruptamente su cabeza contra el suelo, apretando los dientes para no soltar el pitillo, o lo que quedaba de este. Desde el piso de arriba, una suave melodía lo acompañó para siempre. No lloró.

Cuando llegó el viento del mar, su pitillo se había apagado. No veía ya el macetero, no había señas de los meses transcurridos. No había rastros de los diez siglos pasados, ni de los quince venideros. No había una lágrima en su mejilla. Levantó su espíritu entre vodka y ron, para dejarlo caer una vez más entre las basuras del callejón. Sentía la sangre brotar entre sus labios. “El beso de la botella suele ser de esta manera. Si sangro, sigo vivo. Y si sigo vivo, puedo seguir muriendo tranquilamente”. Dejó volar su mente hacia el mismo cuarto, en busca de aquel aroma que nunca más pudo hallar. Con los ojos abiertos buscó a tientas dentro de su bolsillo. Sacó un cigarrillo y lo encendió para caminar, vacilante una vez más, hasta su lecho de muerte.
No fue necesario usar la llave. La puerta estaba abierta, como siempre, como aquel día en que llegó y no encontró su aroma. Buscó una botella entre los muebles y caminó pesadamente hasta la puerta de la habitación. Nuevamente la puerta se volvió de azúcar, una vez más se volvió de azúcar. Pero esa noche no había nada que sostuviera su cabeza, nada que aguantara el alcohol ingerido. Nada que mantuviera los pensamientos en su lugar. Esa noche lloró. Esa noche lloré.

viernes, septiembre 01, 2006

(sin título 1)

Cuando la noche golpeó en mi ventana, hacía rato que no escuchaba el ruido de las calles. Hice caso omiso por unos momentos, prendiendo un par de velas y, finalmente, encendí la luz de la habitación. Cuando no había forma de iluminarla más, decidí salir otra vez, salir una vez más al lugar donde nunca quería ir, pero al cual siempre llegaba. Siempre. Tomé los cigarrillos, el abrigo y caminé directo a la puerta, dejando las luces prendidas otra vez, como todas las veces anteriores. Al llegar, aún quedaban los restos de ayer noche, trozos esparcidos entre ventanas y mareas y bordes de maderas. Quedaban, incluso, un zapato negro con el tacón roto y una servilleta pegada bajo una margarita. Me senté y esperé y no llegó nadie en mucho tiempo. Las luces de la ciudad no llegaban hasta donde habíamos alcanzado, un poco antes que aparecieran copas y tazas y botellas entre el ruido de caricias y el sabor de besos robados con desgano y agresividad…

martes, agosto 01, 2006

Quiero

Quiero despertar un día con la sonrisa a mano, poder echar a volar los murciélagos de mi cabeza y dejar entrar el aire limpio, lejos de esta ciudad. Quiero poner etiquetas a mis pensamientos y mantenerlos dentro de las gavetas correspondientes, dejar fluir la música de mi corazón, abrir las puertas de mi ser y dejar entrar a quienes quieran hacerlo. Quiero morir menos cada día, tomarle la mano a la vida y largarnos a bailar en medio de la multitud. Quiero encender menos cigarros, recibir más abrazos, dar más besos. Quiero que mis palabras se acerquen a mis manos, que mis manos respondan a mis palabras, que la página en blanco vaya tomando forma. Quiero dejar de ser tan hostil, tan adulto, tan infantil. Quiero disfrutar de la calma de un día de Agosto, sonreír con la tibieza de Septiembre, descansar con la llegada del verano. Quiero tomar menos café, comer menos basura, dormir más y mejor. Quiero sanar de una vez mis heridas, y dañar menos a los que me rodean. Quiero disfrutar con las cosas simples, dejarme asombrar por aquella flor en invierno, obviar el ruido de la ciudad para escuchar el canto de los pájaros. Quiero dejar la seriedad a un lado y regalar una sonrisa a cada momento, en cada lugar. Quiero caminar sin rumbo, sin apuros, sin preocupaciones. Quiero sentir la fragancia de los aromos, la dulzura de la miel, la suavidad de la hierba al amanecer. Quiero…

domingo, mayo 21, 2006

...:::domingo:::...


Domingo por la mañana… frío, té… hace rato que estoy despierto, aunque luché lo más que pude para no estarlo. Hay días en que todo parece irremediablemente malo o nefasto o podrido o asqueroso. Muchas veces suele coincidir que esos días caen domingo. Recuerdo que cuando pequeño, mis padres trataban de ir a misa todos los domingos, temprano, a rezar o agradecerle a Dios o qué se yo, total, ya en esa época no sentía a Dios. De hecho, creo que nunca lo sentí cerca de mí. Bueno, siempre he asociado los domingos con días pésimos, fomes y desagradables, salvo cuando comencé a ir al estadio a alentar al equipo de mis amores. En esa época los domingos eran toda una fiesta, que comenzaba realmente temprano: era cosa de levantarme para salir de casa en dirección a la cancha donde nos juntábamos con los amigotes y empezaba la concentración antes de salir en dirección al estadio. Todo era alegría y fiesta y distorsión y rocanrol y baile. Realmente eso mejoraba los domingos, sobre todo si el equipo ganaba sus encuentros, esas victorias indicaban que el domingo duraba hasta tarde, porque la fiesta duraba hasta tarde. Después de un tiempo en un proceso sumamente extraño y complejo, dejé de ir al estadio, por lo que los domingos dejaron de ser un día de fiesta para volver a su antiguo estado: condición de hastío permanente por 24 horas. Así estoy hoy, hastiado, fumando un cigarrillo y tomando té, tratando de poner en palabras muchas cosas que pienso y siento pero que no cuadran, no responden a los esquemas acumulados en 22 años de ordenamiento, de configuración mental y conductual. Mi abuela me llama para desayunar, pero no tengo ganas, quiero quedarme en cama todo el maldito día, aunque me duela la espalda, aunque solamente mire el techo y me imagine como se cae a pedazos mientras escucho una canción lenta y fumo un cigarrillo. Solamente quiero que el humo desaparezca antes de llegar al techo. Solamente deseo que el cielo se vuelva malva y que el sol se pierda al otro lado de la ciudad. Ya no espero nada, menos un domingo… menos un domingo…

jueves, mayo 11, 2006

...fragmento....


...prendí un cigarrillo para seguir con el recorrido y me encaminé hacia una jaula que no recordaba haber visto. En ella había un gato grande de orejas puntiagudas que caminaba de un lado a otro, como contando sus pasos mientras se frotaba la cara contra el vidrio que lo separaba de donde estaban los seres humanos. El letrero clavado en el suelo tenía escrito “caracal”, en grandes letras blancas. Mientras lo miraba me di cuenta que el animal movía su boca cuando hacía su recorrido. Boté la cola del cigarrillo y pegué mi oreja al cristal de la jaula para tratar de entender lo que supuestamente decía. Al principio solo se oía el respirar de la bestia, acompañado de un pequeño ronroneo, pero a medida que pasaban los segundo empecé a escuchar nítidamente cómo el gato contaba sus pasos. Uno, dos, tres cuatro, cinco, seis, vuelta – pronunciaba claramente – uno, dos tres, cuatro, cinco, seis, vuelta.
Me quedé pegado al vidrio, no sabía qué hacer, si contarle a los ancianos que estaban al lado mío o llamar a la administración del zoo, porque no podían permitir que un gato como ese, con las orejas puntiagudas, contara sus pasos a vista y paciencia de todos quienes visitaban el lugar. Me senté a pensar cuales podían ser las consecuencias de ir a hablar con la gente de administración. Lo más lógico era que me tuvieran por un loco y me hicieran sacar del lugar por la policía, no me creerían lo que había escuchado. Y de hacerlo, estaba la posibilidad de que el “caracal” se percatara de ello y cuando me viera llegar con los funcionarios se quedase callado o se escondiera en su casucha, lo que llevaría a los empleados a no creer en mi historia. Así que decidí no avisarle a nadie. Miré detenidamente a mi alrededor para ver si alguien más se daba cuenta de que el caracal contaba sus pasos, pero parece que nadie escuchaba el uno dos, tres, cuatro, cinco, seis, vuelta del gato grande. Encendí otro cigarrillo mientras escuchaba el incesable conteo, ya no me era necesario estar con la oreja pegada al vidrio, escuchaba claramente como las palabras del caracal se repetían. Tampoco necesitaba mirarlo para saber que seguía paseándose de un lado a otro mientras frotaba su cara contra el vidrio de la jaula. Me recosté en el piso a pensar por qué era el único que podía darse cuenta de lo que hacía el caracal, cuando una voz suave me dijo que me levantara. Al principio pensé que era el gato, pero él seguía con su conteo, así que me di vuelta y vi a una señorita con una remera que decía “voluntario”. Ella me había pedido que me levantara. Me paré velozmente y bajé hasta el baño, para refrescarme la cara.

Cuando volví a la jaula del caracal, él seguía en su conteo, por lo que le golpeé un par de veces el vidrio con el encendedor para ver si se distraía. Me miró con cara de hastío y prosiguió su cuenta. Acerqué mi rostro al vidrio y dije suavemente: “te escuché contar, gatito”. Él se detuvo y me miro fijamente a los ojos. Estuvimos así hasta que se me pararon los pelos de todo el cuerpo, igual que cuando vi por primera vez al puma, cuando era niño. No pude evitar el bajar la vista. Ahí fue cuando escuche suavemente, como un susurro, que decía “sácame”. Si antes no supe qué hacer, en ese momento no atiné a nada. Me quedé paralizado, mientras mi cigarrillo se consumía en mi mano. Hasta que me quemé. Lo miré y él repitió nuevamente, ahora con decisión: “Sácame”. Callé y sentí que todos me miraban, giré la cabeza a ambos lados para descubrirlos, pero nadie estaba pendiente ni de mí ni del caracal (pensé en decirle que no podía, que estaba en un zoológico con niños y familias y nanas y cursos de paseo y que no era lógico que dejasen salir a un gato grande de orejas puntiagudas, que además hablaba y contaba sus pasos, pero no iba a sacar nada tratando de razonar con él). Nuevamente repitió “sácame”, ahora acompañado de un rugido que, si bien no era un rugido de león o de tigre, me hizo retroceder unos pasos del vidrio. Cuando rugió por segunda vez me di cuenta que ya había empezado algo de lo cual no me podría apartar más. Si bien podía irme y hacer como si nada hubiese pasado, tendría que lidiar todos los días con la idea de que el caracal me habló y me pidió que lo sacara y yo no hice nada. Además, si le contaba a alguien, quienquiera que fuese, me encontraría loco y no me tomaría en cuenta. Sólo quedaba hacer algo concreto, no había más opción. Retrocedí unos pasos mirando el suelo, buscando, hasta que encontré una piedra grande y la recogí. Respiré profundo un par de veces, y aproveché de sacar del bolsillo del pantalón unos lentes oscuros, debía ocultar de alguna manera mi rostro. Una vez puestos los lentes sobre mis ojos, corrí a gran velocidad en dirección a la jaula y lancé con todas mis fuerzas la piedra contra el vidrio. Sentí alegremente como pequeños trozos de éste me golpeaban el rostro, mientras el caracal salía de detrás del arbusto donde se había resguardado. Se acercó a mi lado y preguntó por última vez: “¿hacia dónde?”. Yo, con la cabeza gacha y saboreando la sangre que bajaba hasta mi boca, apunté hacia la cima del cerro. Cuando el caracal se había ido llegaron los funcionarios de administración del zoo. No supe por qué, pero corrí apuradamente en dirección a la salida, mientras todas las personas que habían visto la escena me gritaban y tiraban cosas. Corrí como si se me fuera la vida en ello, hasta que alguien (creo que nunca sabré quien fue) me hizo tropezar.
Al abrir los ojos me di cuenta de que los lentes habían salido disparados en la caída, y sentí cómo me molestaba la luz del sol directo en la cara. No podía ver muy bien, pero me di cuenta inmediatamente que me encontraba rodeado, además, los gritos de la gente molesta saturaban mis oídos. Traté de levantarme, pero alguien me lo impidió. Me resigné a quedarme tendido boca abajo, un buen rato, hasta que llegó la policía. Sin pedir explicaciones y sin palabras de ningún tipo me subieron a la parte posterior del furgón. Por lo menos ya no me gritaba nadie...