...Como si nada... pero no de la nada...

...esto es lo que resulta entre días de ocio y noches de insomnio... un verdadero caldo de los dioses....

domingo, mayo 21, 2006

...:::domingo:::...


Domingo por la mañana… frío, té… hace rato que estoy despierto, aunque luché lo más que pude para no estarlo. Hay días en que todo parece irremediablemente malo o nefasto o podrido o asqueroso. Muchas veces suele coincidir que esos días caen domingo. Recuerdo que cuando pequeño, mis padres trataban de ir a misa todos los domingos, temprano, a rezar o agradecerle a Dios o qué se yo, total, ya en esa época no sentía a Dios. De hecho, creo que nunca lo sentí cerca de mí. Bueno, siempre he asociado los domingos con días pésimos, fomes y desagradables, salvo cuando comencé a ir al estadio a alentar al equipo de mis amores. En esa época los domingos eran toda una fiesta, que comenzaba realmente temprano: era cosa de levantarme para salir de casa en dirección a la cancha donde nos juntábamos con los amigotes y empezaba la concentración antes de salir en dirección al estadio. Todo era alegría y fiesta y distorsión y rocanrol y baile. Realmente eso mejoraba los domingos, sobre todo si el equipo ganaba sus encuentros, esas victorias indicaban que el domingo duraba hasta tarde, porque la fiesta duraba hasta tarde. Después de un tiempo en un proceso sumamente extraño y complejo, dejé de ir al estadio, por lo que los domingos dejaron de ser un día de fiesta para volver a su antiguo estado: condición de hastío permanente por 24 horas. Así estoy hoy, hastiado, fumando un cigarrillo y tomando té, tratando de poner en palabras muchas cosas que pienso y siento pero que no cuadran, no responden a los esquemas acumulados en 22 años de ordenamiento, de configuración mental y conductual. Mi abuela me llama para desayunar, pero no tengo ganas, quiero quedarme en cama todo el maldito día, aunque me duela la espalda, aunque solamente mire el techo y me imagine como se cae a pedazos mientras escucho una canción lenta y fumo un cigarrillo. Solamente quiero que el humo desaparezca antes de llegar al techo. Solamente deseo que el cielo se vuelva malva y que el sol se pierda al otro lado de la ciudad. Ya no espero nada, menos un domingo… menos un domingo…

jueves, mayo 11, 2006

...fragmento....


...prendí un cigarrillo para seguir con el recorrido y me encaminé hacia una jaula que no recordaba haber visto. En ella había un gato grande de orejas puntiagudas que caminaba de un lado a otro, como contando sus pasos mientras se frotaba la cara contra el vidrio que lo separaba de donde estaban los seres humanos. El letrero clavado en el suelo tenía escrito “caracal”, en grandes letras blancas. Mientras lo miraba me di cuenta que el animal movía su boca cuando hacía su recorrido. Boté la cola del cigarrillo y pegué mi oreja al cristal de la jaula para tratar de entender lo que supuestamente decía. Al principio solo se oía el respirar de la bestia, acompañado de un pequeño ronroneo, pero a medida que pasaban los segundo empecé a escuchar nítidamente cómo el gato contaba sus pasos. Uno, dos, tres cuatro, cinco, seis, vuelta – pronunciaba claramente – uno, dos tres, cuatro, cinco, seis, vuelta.
Me quedé pegado al vidrio, no sabía qué hacer, si contarle a los ancianos que estaban al lado mío o llamar a la administración del zoo, porque no podían permitir que un gato como ese, con las orejas puntiagudas, contara sus pasos a vista y paciencia de todos quienes visitaban el lugar. Me senté a pensar cuales podían ser las consecuencias de ir a hablar con la gente de administración. Lo más lógico era que me tuvieran por un loco y me hicieran sacar del lugar por la policía, no me creerían lo que había escuchado. Y de hacerlo, estaba la posibilidad de que el “caracal” se percatara de ello y cuando me viera llegar con los funcionarios se quedase callado o se escondiera en su casucha, lo que llevaría a los empleados a no creer en mi historia. Así que decidí no avisarle a nadie. Miré detenidamente a mi alrededor para ver si alguien más se daba cuenta de que el caracal contaba sus pasos, pero parece que nadie escuchaba el uno dos, tres, cuatro, cinco, seis, vuelta del gato grande. Encendí otro cigarrillo mientras escuchaba el incesable conteo, ya no me era necesario estar con la oreja pegada al vidrio, escuchaba claramente como las palabras del caracal se repetían. Tampoco necesitaba mirarlo para saber que seguía paseándose de un lado a otro mientras frotaba su cara contra el vidrio de la jaula. Me recosté en el piso a pensar por qué era el único que podía darse cuenta de lo que hacía el caracal, cuando una voz suave me dijo que me levantara. Al principio pensé que era el gato, pero él seguía con su conteo, así que me di vuelta y vi a una señorita con una remera que decía “voluntario”. Ella me había pedido que me levantara. Me paré velozmente y bajé hasta el baño, para refrescarme la cara.

Cuando volví a la jaula del caracal, él seguía en su conteo, por lo que le golpeé un par de veces el vidrio con el encendedor para ver si se distraía. Me miró con cara de hastío y prosiguió su cuenta. Acerqué mi rostro al vidrio y dije suavemente: “te escuché contar, gatito”. Él se detuvo y me miro fijamente a los ojos. Estuvimos así hasta que se me pararon los pelos de todo el cuerpo, igual que cuando vi por primera vez al puma, cuando era niño. No pude evitar el bajar la vista. Ahí fue cuando escuche suavemente, como un susurro, que decía “sácame”. Si antes no supe qué hacer, en ese momento no atiné a nada. Me quedé paralizado, mientras mi cigarrillo se consumía en mi mano. Hasta que me quemé. Lo miré y él repitió nuevamente, ahora con decisión: “Sácame”. Callé y sentí que todos me miraban, giré la cabeza a ambos lados para descubrirlos, pero nadie estaba pendiente ni de mí ni del caracal (pensé en decirle que no podía, que estaba en un zoológico con niños y familias y nanas y cursos de paseo y que no era lógico que dejasen salir a un gato grande de orejas puntiagudas, que además hablaba y contaba sus pasos, pero no iba a sacar nada tratando de razonar con él). Nuevamente repitió “sácame”, ahora acompañado de un rugido que, si bien no era un rugido de león o de tigre, me hizo retroceder unos pasos del vidrio. Cuando rugió por segunda vez me di cuenta que ya había empezado algo de lo cual no me podría apartar más. Si bien podía irme y hacer como si nada hubiese pasado, tendría que lidiar todos los días con la idea de que el caracal me habló y me pidió que lo sacara y yo no hice nada. Además, si le contaba a alguien, quienquiera que fuese, me encontraría loco y no me tomaría en cuenta. Sólo quedaba hacer algo concreto, no había más opción. Retrocedí unos pasos mirando el suelo, buscando, hasta que encontré una piedra grande y la recogí. Respiré profundo un par de veces, y aproveché de sacar del bolsillo del pantalón unos lentes oscuros, debía ocultar de alguna manera mi rostro. Una vez puestos los lentes sobre mis ojos, corrí a gran velocidad en dirección a la jaula y lancé con todas mis fuerzas la piedra contra el vidrio. Sentí alegremente como pequeños trozos de éste me golpeaban el rostro, mientras el caracal salía de detrás del arbusto donde se había resguardado. Se acercó a mi lado y preguntó por última vez: “¿hacia dónde?”. Yo, con la cabeza gacha y saboreando la sangre que bajaba hasta mi boca, apunté hacia la cima del cerro. Cuando el caracal se había ido llegaron los funcionarios de administración del zoo. No supe por qué, pero corrí apuradamente en dirección a la salida, mientras todas las personas que habían visto la escena me gritaban y tiraban cosas. Corrí como si se me fuera la vida en ello, hasta que alguien (creo que nunca sabré quien fue) me hizo tropezar.
Al abrir los ojos me di cuenta de que los lentes habían salido disparados en la caída, y sentí cómo me molestaba la luz del sol directo en la cara. No podía ver muy bien, pero me di cuenta inmediatamente que me encontraba rodeado, además, los gritos de la gente molesta saturaban mis oídos. Traté de levantarme, pero alguien me lo impidió. Me resigné a quedarme tendido boca abajo, un buen rato, hasta que llegó la policía. Sin pedir explicaciones y sin palabras de ningún tipo me subieron a la parte posterior del furgón. Por lo menos ya no me gritaba nadie...