...Como si nada... pero no de la nada...

...esto es lo que resulta entre días de ocio y noches de insomnio... un verdadero caldo de los dioses....

martes, octubre 03, 2006

Epílogo




Mucha insensatez es parte de un ciclo de vida que siempre vuelve, por lo menos para nuestro narrador. Él nunca lo quiso así. Él esperaba, ansiaba lograr cumplir, quería de verdad no cruzar la frontera. No es una constante, simplemente hay configuraciones mentales que tienden al desequilibrio. A veces no es necesaria la presencia de grandes traumas o situaciones dolorosas, sino solo una palabra. Una palabra tan simple como “noche”, o tan rebuscada como “infundibuliforme”, quizás una cadena de palabras como “puedo escribir los versos más tristes esta noche” o “de profundis clamavi”, o sencillamente “spleen”. La influencia de factores externos nunca es tranquilamente absolutamente parcialmente descartable. Sobre todo, para nuestro personaje, la presencia inequívoca dentro de su vida de la música y de la literatura. En la edad media prohibieron tocar con la estructura de “diabolus in musica”, por considerar que la música a base de quintas producía daños serios a las personas que la escuchaban. Era la manifestación patente del demonio, Satán, Lucifer, Belcebú; también prohibieron mucha literatura, demasiada literatura. Y no es de extrañar que haya sucedido de esa manera, las letras tienen el poder de perturbar mentes, de desarticular la realidad percibida por los individuos, de trastocar hasta el lugar más recóndito del ser. Pero no fue poesía lo que afecto a nuestro lector. No fue culpa de Baco ni de Apolo. Sino de dos autores bastante más conocidos: Cervantes y Borges. Nuestro narrador nunca leyó algo de ellos. Nuestro personaje tampoco. Pero no es coincidencia que para un joven interno en un hospital psiquiátrico, ambos autores fueran desconocidos. No es coincidencia que justo antes de ser llevado por los guardias, quemara “El quijote” y las “ficciones”. Mucha insensatez es demasiada cordura. Estar parado en lo más frágil de la locura y no caer hacia ningún lado se vuelve una tarea colosal. Incluso un castigo. Como el de Prometeo, que cada noche recibía sin reparos al águila que le devoraría el hígado. Como el de Sísifo, condenado a empujar una enorme piedra cuesta arriba por una ladera empinada, pero dicha piedra siempre caía de vuelta antes de llegar a la cima. O como el mío y el tuyo y el nuestro. Para nuestro redactor, para nuestro investigador, fue solo una palabra lo que marcó la diferencia, o mejor dicho, lo que cortó la última hebra de hilo, el hilo que lo ataba a la realidad, el hilo que alguna vez era un manto tranquilo sobre una cabeza, un pañuelo cubriendo la cabellera ondulada de alguna muchacha. O de una mortaja a medio coser, a medio envolver sobre un cuerpo frío. Mucha insensatez no es un problema para algunos de ellos, de aquellos que simplemente no ven más allá de una pantalla. Algunos como nuestro lector de mañana, o de anteayer. Nuestro personaje sabía que antes, mucho antes de darse cuenta, habría cortado la hebra, habría perdido la conexión con una realidad a medias, una realidad de sonidos e imágenes. Una realidad porno. Una realidad publicitaria. Eso pudo pasar mañana, o talvez sucedería en un ayer inescrutable, indescriptible, inmutable. Nuestro narrador no posee la lucidez necesaria para ordenar lo que nunca jamás sucedió, no posee la claridad necesaria para no golpear las teclas como un autómata. Mucha literatura. Mucha música no música. Para nuestro lector, la mezcla perfecta se daba con cafeína, nicotina y tetrahydrocannabinol, especialmente de noche, cuando le parecía tener veinte ojos dándole vueltas por la cabeza, mirando hacia todas partes a una sola vez. Para nuestro censurador, eso semejaba a mirar el universo de una sola vez. Y eso no estará permitido ni para los personajes ni para los narradores. Quizás solo para los lectores.