...Como si nada... pero no de la nada...

...esto es lo que resulta entre días de ocio y noches de insomnio... un verdadero caldo de los dioses....

miércoles, septiembre 13, 2006

sin titulo III

Tiro la piedra y río y río jajaja porque se rompe el vidrio y los pedazos saltan para todos lados y tu gritas y me dices que pare porque no te gusta que haga esas cosas y yo río y tomo otra piedra y la arrojo contra otro vidrio jajaja y me siento a fumar y tu me gritas que me pare y que corra porque viene alguien y yo te digo que me importa una mierda si viene alguien y tomo otra piedra jajaja y tu te me lanzas encima y te empujo y me pegas y me río y lanzo la piedra jajaja y caen más vidrios y lloras y me enojo y me pegas jajaja y tomo una gran piedra y jajaja y la lanzo y te parte la cara jajaja y te grito que me importa una mierda si viene alguien jajaja y me siento y fumo y río y río y río y río y río

jueves, septiembre 07, 2006

(sin título 2)

La puerta se tornó de azúcar. Caminó despacio entre abril y septiembre, para darse cuenta que entre la silla y la almohada había diez siglos de distancia. No lloró. Encendió un pitillo para contemplar con más calma el macetero roto sobre la cornisa. Se suspendió sobre los diez siglos y apoyó sus pies en la almohada. Dejó caer abruptamente su cabeza contra el suelo, apretando los dientes para no soltar el pitillo, o lo que quedaba de este. Desde el piso de arriba, una suave melodía lo acompañó para siempre. No lloró.

Cuando llegó el viento del mar, su pitillo se había apagado. No veía ya el macetero, no había señas de los meses transcurridos. No había rastros de los diez siglos pasados, ni de los quince venideros. No había una lágrima en su mejilla. Levantó su espíritu entre vodka y ron, para dejarlo caer una vez más entre las basuras del callejón. Sentía la sangre brotar entre sus labios. “El beso de la botella suele ser de esta manera. Si sangro, sigo vivo. Y si sigo vivo, puedo seguir muriendo tranquilamente”. Dejó volar su mente hacia el mismo cuarto, en busca de aquel aroma que nunca más pudo hallar. Con los ojos abiertos buscó a tientas dentro de su bolsillo. Sacó un cigarrillo y lo encendió para caminar, vacilante una vez más, hasta su lecho de muerte.
No fue necesario usar la llave. La puerta estaba abierta, como siempre, como aquel día en que llegó y no encontró su aroma. Buscó una botella entre los muebles y caminó pesadamente hasta la puerta de la habitación. Nuevamente la puerta se volvió de azúcar, una vez más se volvió de azúcar. Pero esa noche no había nada que sostuviera su cabeza, nada que aguantara el alcohol ingerido. Nada que mantuviera los pensamientos en su lugar. Esa noche lloró. Esa noche lloré.

viernes, septiembre 01, 2006

(sin título 1)

Cuando la noche golpeó en mi ventana, hacía rato que no escuchaba el ruido de las calles. Hice caso omiso por unos momentos, prendiendo un par de velas y, finalmente, encendí la luz de la habitación. Cuando no había forma de iluminarla más, decidí salir otra vez, salir una vez más al lugar donde nunca quería ir, pero al cual siempre llegaba. Siempre. Tomé los cigarrillos, el abrigo y caminé directo a la puerta, dejando las luces prendidas otra vez, como todas las veces anteriores. Al llegar, aún quedaban los restos de ayer noche, trozos esparcidos entre ventanas y mareas y bordes de maderas. Quedaban, incluso, un zapato negro con el tacón roto y una servilleta pegada bajo una margarita. Me senté y esperé y no llegó nadie en mucho tiempo. Las luces de la ciudad no llegaban hasta donde habíamos alcanzado, un poco antes que aparecieran copas y tazas y botellas entre el ruido de caricias y el sabor de besos robados con desgano y agresividad…